
DIEGO FERNANDO PRIETO
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Políptico
La pintura (en proceso) está conformada por varias partes ensambladas y requiere de otros fragmentos que proporcionarían al políptico de un tamaño que supera los 7 metros cuadrados. Esta pintura nació del proyecto de investigación titulado Parafernalia del trampantojo; es un intento por acercar en una imagen un posible “sistema” mágico-religioso, político-cultural… que aún hoy prevalece en nuestro tiempo, pese al anacronismo que sugiere.

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Se presenta el primer momento del Políptico. Camilo y las voces
Venimos al mundo y, mientras lo exploramos a través del juego, la curiosidad, el asombro; comienzan a emerger preguntas, preguntas sobre quiénes somos, por qué estamos aquí, cómo percibimos lo que llamamos realidad. Nuestra forma de mirar, de tocar, de sentir, está moldeada desde los primeros días por el contexto, por el lenguaje de los otros, por un entramado de gestos, silencios y símbolos que se graban en nosotros antes incluso de poder nombrarlos.
Desde la infancia, el mundo se presenta como un espacio por descifrar: zonas extrañas, ritmos ajenos, intensidades que nos atraviesan sin que sepamos de dónde vienen. El sueño, con su lógica misteriosa, ya nos revela que la realidad no es unívoca. Despertar a la vigilia es entrar en otro orden simbólico, donde cada objeto y cada rostro participa de una red de significados que nos excede.
Habitamos un espacio vital compuesto por sistemas de creencias, mitologías heredadas, dogmas visibles e invisibles que configuran lo posible. Sin embargo, hay algo que siempre desborda: la experiencia sensible, que se intensifica no solo en la belleza, sino también en el miedo, en lo desconocido, en lo que no encaja.
Somos ahora, pero fuimos nada. No existíamos, y de pronto irrumpimos en el mundo: en la vida, en la vigilia, en la historia. Como si hubiéramos sido lanzados a una inmersión radical en un mar de signos y memorias. En cada grieta de una pared antigua, en el eco del patio de una casa, en los restos de una ceremonia olvidada, palpita algo que nos antecede: una memoria antigua que no es solo individual, sino cósmica, colectiva.
El tiempo, entonces, no solo pasa: se espesa, se encarna, se vuelve materia. Se graba en los objetos, en los muros agrietados, en los rituales que sobreviven al desgaste del presente. Entre lo pagano y lo sagrado, entre lo visible y lo oculto, intuimos que lo que llamamos realidad es solo una capa entre muchas. Y es en ese espesor donde el arte, el símbolo y la imagen no solo representan el mundo: lo crean, lo recuerdan, lo invocan.
Este proyecto artístico explora la intersección entre arte y salud mental, centrándose en la materialización de la experiencia perceptiva de Camilo, una persona diagnosticada con esquizofrenia desde edad temprana. La instalación busca visibilizar - mediar los límites- sus intersecciones entre la alucinación, la realidad y la creación artística, favoreciendo un espacio de reflexión sobre los mecanismos de representación de lo intangible en el contexto de la salud mental. A través de un diálogo entre lo bidimensional y lo tridimensional, el proyecto invita a una exploración sensorial que indaga y resignifica la experiencia de la esquizofrenia. donde la mente se revela como un campo de intensas batallas entre lo visible y lo invisible, la luz y lo oscuro, lo vivido y lo imaginado.
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Configuración Espacial y Materialidad
La propuesta se estructura como una intervención espacial que funciona como un hábitat transitorio para las re/presentaciones - tensiones del delirio. Elementos visuales como figuras monásticas, demonios, ratas y escaleras buscan generar un ecosistema simbólico que expande la experiencia perceptiva de Camilo más allá del discurso clínico. El corazón compositivo de la instalación es un cuadro tipo políptico que retrata a Camilo en su infancia junto a sus progenitores, evocando la configuración clásica de la familia nuclear. Sin embargo, en su costado inferior izquierdo emergen figuras que expanden la estabilidad de la imagen: monjas, demonios y formas zoomorfas se entrelazan en una coreografía perturbadora. Las escaleras actúan como vías de conexión entre el plano bidimensional del cuadro y el resto del montaje, expandiendo o favoreciendo la narrativa hacia una experiencia inmersiva que intenta intensificar la percepción""tradicional".
A través del uso de elementos pictóricos, tridimensionales, lumínicos y sonoros, se pretende provocar una reflexión sobre la intersección entre arte y salud mental, replegando los límites entre la alucinación y la realidad.Más allá de una simple traducción visual del delirio, la propuesta se concibe como un ejercicio de especulación sobre la relación entre salud mental y práctica artística. La instalación no solo interpela una hipotética condición psiquiátrica, sino que también busca enlazarla en el ámbito cultural y social. . Así, la pieza abre interrogantes sobre los límites entre lo normal y lo patológico, planteando cómo el arte puede servir como un puente para el diálogo entre la neurodiversidad y la comunidad.

